Época colonial: siglos XVI-XIX La literatura de la época colonial de Guatemala está muy relacionada con la metrópoli española. Autores como Bernal Díaz del Castillo o Fray Bartolomé de las Casas, nacidos en España, vivieron durante un tiempo en Guatemala, por lo que suelen ser considerados como escritores guatemaltecos.
Los primeros escritores naturales de Guatemala que emplearon el idioma español en sus creaciones datan del siglo XVII. Entre ellos cabe mencionar a Sor Juana de Maldonado, a quien se considera la primera poetisa y dramaturga colonial de Centroamérica, o el historiador Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán.
El jesuita Rafael Landívar (1731-1793) es considerado como el primer gran poeta de Guatemala. Obligado a exiliarse por la orden del expulsión dictada por Carlos III, viajó a México primero, y a Italia después, donde falleció. Escribió originalmente en latín su Rusticatio Mexicana, de gran éxito, así como sus poesías de elogio al obispo Figueredo y Victoria.
En el campo de la poesía es de suma importancia el cultivo de formas poéticas tradicionales escritas para ser cantadas. Entre estas destaca especialmente el villancico destinado a los oficios de vísperas de las principales fiestas del año litúrgico. Esta era la única ocasión litúrgica en la que era permitido cantar en idiomas vernáculos, mientras todas las demás celebraciones eran exclusivamente en latín. En Guatemala como en todo el imperio español se compusieron sainetes, jácaras, tonadas, cantatas y villancicos sobre letras en castellano. Entre los autores de estos poemas, que fueron puestas en música por ellos mismos, sobresalen Manuel José de Quirós (ca. 1790-1765), Pedro Nolasco Estrada Aristondo, Pedro Antonio Rojas y Rafael Antonio Castellanos (ca. 1725-1791). Este último es uno de los más importantes en el mundo hispano y en la música de Guatemala.
Durante el siglo XVIII la literatura guatemalteca recibió la influencia del Neoclasicismo francés, como demuestran las obras didácticas y filosóficas de autores como Rafael García Goyena o Fray Matías de Córdoba.
Los Jesuitas El siglo XVIII se caracteriza por su espíritu crítico y su inclinación científica. Tanto Sigüenza y Góngora como Sor Juana inician este afán intelectual predominante en la Nueva España durante el siglo XVIII, en el que el interés social es superior al poético y al dramático. La gran fuerza económica, política y cultural que había adquirido la Compañía de Jesús, alrededor de 1700, entre las congregaciones religiosas establecidas en las Indias, ayuda en gran medida al auge de la actividad crítica. Introducen renovaciones importantes en el ambiente tradicional de la filosofía escolástica; se estudia a Descartes, Leibniz y Gassendi; al mismo tiempo, el contacto directo con sacerdotes extranjeros venidos de todas partes del mundo trae una fuerte corriente cultural que contribuye a adelantar considerablemente los estudios de la geografía y de la naturaleza americana.
En los colegios de jesuitas tiene lugar el movimiento humanista del siglo XVIII. Al seminario de Tepotzotlán llegan estudiantes de toda América, atraídos por el espíritu de renovación tanto en filosofía y en letras como en historia y en algunas disciplinas científicas. El restablecimiento del estudio de las lenguas griegas y latina, para el directo conocimiento de los clásicos, era la base para los estudios superiores. El ideal humanista se cifraba en alcanzar, mediante este conocimiento, la herencia de la cultura universal, y ella servía para fecundar el presente y alumbrar el porvenir, considerando que la madurez y el sentido verdadero de los valores culturales sólo pueden aprehenderse en función de lo clásico, fuente inagotable de inspiración y enseñanza.
A partir del advenimiento de los Borbones en España, cuyo régimen excesivamente centralizado no podía aceptar el amplio poder que había alcanzado la Compañía, se ahondan los conflictos entre los jesuitas y el Estado español, que culminan, en 1767, con la orden de expulsión de todos los dominios indianos dictada por Carlos III para los primeros. En un bando que aparece fijado en lugares visibles, en la capital de la Nueva España, el 26 de junio de 1767, el Virrey, marqués de Croix, informa a sus súbditos de las reales disposiciones; amenaza con la ejecución a los vasallos desobedientes que no respeten las “siempre justas resoluciones de su soberano”, y les recuerda que los súbditos de Su Majestad nacieron “para callar y obedecer y no para discurrir y opinar en los altos asuntos del gobierno”. Acatando la orden del rey, los jesuitas fueron desalojados de los colegios, misiones, iglesias y noviciados de la Colonia y se embarcaron hacia Italia, dejando a la sociedad americana sin la guía espiritual que estos representaban.
Un gran descontento se hizo patente en folletos, corridos y romances, por reacción contra la censura, y, al paso del tiempo, dio sus mejores frutos en el siglo XIX. Las medidas autoritarias y violentas, tomadas por el gobierno español contra los jesuitas aumentaron el sentimiento de rencor que alentaban desde el siglo XVI criollos y mestizos contra los privilegios de que disfrutaban los españoles peninsulares.
Aunque el apogeo de la latinidad es, sin duda, lo más característico de la época, los jesuitas refugiados en Italia dieron a sus obras ciertas modalidades que, reunidas, representan la síntesis del nuevo humanismo.
Al interés por los estudios clásicos se añade la exaltación de la patria mexicana. Son ellos los primeros que advierten cierta extrañeza que los separa de los españoles; es decir, se sienten diferentes y no se consideran, ni indios, ni españoles, sino simplemente mexicanos. Se aplican con fervor al estudio de las culturas indígenas y tratan de explicar aun las costumbres más reprobables de los indios desde el punto de vista religioso, como son los sacrificios humanos, alegando que prácticamente todas las naciones del mundo habían practicado en algún momento “semejantes sacrificios”. Se quejan contra el excesivo celo de misioneros y conquistadores, que destruyó valiosas manifestaciones de las culturas prehispánicas. Condenan la esclavitud tanto indígena como negra, porque es contraria al derecho divino y humano. Se inclinan por la nueva filosofía aceptando las teorías de Descartes, Galileo y Bacon. Consideran al filósofo como “ciudadano del mundo”. Vinculan en el pueblo el origen de la autoridad, que se funda en la naturaleza social del hombre.
A las circunstancias que determinaron la expulsión obedece el interés por describir, exaltar y explicar la patria lejana contemplada con nostalgia. Ella será el tema predominante de sus escritos y habrá que demostrar cómo sus abundantes productos naturales no han rendido los frutos justos, debido a la mala organización colonial. Todo esto se relaciona directamente con la búsqueda del espíritu nacional, pues no puede interpretarse de otro modo la inquietud que alienta la obra de Landívar, Sigüenza, Eguiara o Alzate por abarcar el conocimiento de lo más entrañable de la patria mexicana a través de sus riquezas espirituales y materiales.
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